En pleno corazón de la ciudad de La Paz, Bolivia, existe una prisión que contradice todo lo que imaginamos sobre la vida tras las rejas.
Este plantel se llama San Pedro, y más que una cárcel, funciona como una pequeña ciudad entre murallas, con sus propias reglas, su propia economía y un sistema de vida que ha desconcertado a muchas personas cuando se enteran.

Los reclusos no usan uniformes, no hay policías vigilando los pasillos, y mucho menos tienen torres de control internas. Dentro de estos muros el Estado no tiene control sobre nada y comienza un universo que es gobernado por los propios internos.
En este plantel, cada interno debe comprar o alquilar su celda, como si se tratara de un apartamento, en su interior hay "sectores" pobres, modestos y otros llamados “sectores VIP”, donde las habitaciones pueden tener su propia televisión, cocina e incluso dos pisos.

No resulta extraño ver niños jugando en los patios del plante, porque muchos reclusos viven allí con sus esposas e hijos, esto es algo inimaginable en algún otro lugar. La vida familiar continúa, aunque sea dentro de una prisión.

Dentro hay diferentes establecimientos comerciales, como tiendas, peluquerías, panaderías, restaurantes improvisados y hasta bares clandestinos. Todo funciona con dinero real y los precios los decide el propio mercado interno. El que tiene más recursos vive mejor; el que no, debe trabajar para sobrevivir.

Aunque policías se encuentran solo en las puertas externas y no acceden al interior, dentro opera una estructura comunitaria que impone orden. Los mismos reclusos han creado su propio sistema de control:

– Líderes elegidos por los internos.
– “Leyes” internas
– Multas
– Castigos
– Zonas restringidas
A pesar de la apariencia caótica, este sistema evita que la prisión se convierta en un campo de batalla, y se maneja una economía tan real como la de afuera.
Durante años incluso existieron “tours clandestinos” para turistas que querían conocer esta curiosa comunidad, aunque tiempo después fueron prohibidos.